domingo, 17 de febrero de 2013

SUPERVIVIENTES

Las noticias nos ofrecen muchas veces episodios sobre la vida de ciertos personajes anónimos, de los que encarnan esa intrahistoria imprescindible sin aparecer citados en los libros de sociales. De ellos se sirven los escritores de novela histórica en muchas ocasiones para desarrollar sus argumentos.

Esta mañana me he encontrado en el diario con un par de esas historias, de las que no te dejan indiferente. José Abad y Max Parker podrían protagonizar perfectamente una novela ambientada en plena Guerra Civil Española o en las afueras de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial. Uno, burgalés, luchando contra el comunismo en las filas de la División Azul, fue a parar a uno de los temibles Gulags soviéticos. Otro, estadounidense, enrolado en las Brigadas Internacionales que pretendían combatir el creciente dominio de los fascismos en Europa, y que acabó en un campo de concentración en San Pedro de Cardeña.

La lectura de estas noticias me ha recordado a un hombre al que nunca conocí. Era de Córdoba y republicano. De apellido, Fernández. Combatió en la guerra de España y en el año 1939 cruzó los Pirineos para refugiarse en Francia; la victoria del bando nacional no le dejaba alternativa si quería sobrevivir. Aquellos españoles que acabaron en el exilio vivieron momentos duros en el país vecino, donde no fueron muy bien recibidos por su relación con el comunismo; se les confinó en el campo de refugiados de Angulema. Desde allí, durante el gobierno colaboracionista (bajo el control alemán) de Vichy, muchos fueron deportados hacia Austria, donde les esperaba uno de los más terribles símbolos del holocausto nazi: el campo de concentración de Mauthausen-Gusen, construido en parte por esos republicanos españoles, que fueron de los primeros en llegar, incluso antes que los judios. Otros acabarían como zapadores del ejercito francés contra la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

El cordobés fue uno de los que acabó en Mauthausen. Y también fue uno de los pocos españoles que sobrevivió al horror de las canteras de Gusen. Yo no lo conocí, aunque sí a una de sus nietas, de apellido castellano pero sin hablar ni una palabra de nuestra lengua. Me contó que su abuelo nunca les hablaba en español; nunca se preocupó de que sus descendientes aprendieran su lengua materna. Tras la liberación, permaneció en Austria y se dedicó a la cantería; a fin de cuentas, es lo que llevaba haciendo forzosamente, inhumanamente, durante los años que duró esa pesadilla. Después, conocíó a una mujer de la zona, se casaron y formaron una familia. Nunca volvió a España, ni tampoco a Francia, donde se establecieron algunos de sus compatriotas liberados. No lo conocí, pero me hubiese gustado haberlo hecho. Falleció muchos años después de aquella liberación de mayo de 1945. Jamás pudo olvidar lo sucedido. Jamás hablaba de ello. Bajó a los infiernos en varias ocasiones y pudo regresar.

Stalin, Hitler, Franco, Azaña, Churchill, Pétain... son esos nombres que todos conocemos; sin embargo, los personajes anónimos como Max Parker o José Abad son los que nos pueden ayudar a empatizar, a comprender la vida cotidiana y a las personas a las que les tocó vivir el momento; y sobre todo nos pueden ayudar a aprender de los errores e intentar no cometerlos de nuevo. Aunque ya se sabe quién suele tropezar dos o más veces con la misma piedra... Intentémoslo al menos. Por Max y por José y por el cordobés Fernández. Por todos ellos, auténticos supervivientes.
 
 
 
 
 
 

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